domingo, 10 de octubre de 2010

10 de octubre. Domingo soltero

Y bien, llegué hace ya un mes. Como si fuera un día apenas. Se ha ido el tiempo en conseguir dónde vivir, arreglármelas un poco con el idioma, entender las costumbres de esta gente, socializar, perderme y encontrarme de nuevo, visitar amigos a quienes de veras quiero, abrir cuentas, registrarme en la ciudad, solicitar la extensión de mi visa de estudiante, empezar, empezar, empezar de cero. Más o menos de cero. De cero más 32. Algo así. Lugar común número uno: el tiempo vuela.

En octubre, por regla general, me enamoro. Creo que depende menos de la persona en quien pongo mi atención que de los colores del cielo, el sol en las hojas de los árboles y en las paredes. Ahora no estoy enamorada, tal vez sí un poco desilusionada, pero da igual. Podría enamorarme. Enarbolarme, también.

Vivo en una azotea. Como cuando estudiaba Filosofía, pero sin terraza, sin calor, sin gata. Ahora es un quinto piso (cinco después de la planta baja)... sin elevador. El colchón en el piso, una silla, dos lámparas, poco más. Me siento joven pero tampoco me engaño. Llego a la puerta sin aliento. Y en el espejo del baño veo arrugas. Pro-fun-das. Imborrables.


Tengo un cilantro en una maceta. Si maullara, me sentiría todavía más feliz. Extraño a Romina. Quizá más que a mis padres porque, vaya, a Romina la tenía diario molestando en las madrugadas, pisoteándome la cabeza.


Y hoy es domingo. Lavaré ropa por un euro en la máquina que está en el sótano. Pasearé, quizás. Daré vueltas, tomaré fotos. Regresaré a tender la ropa, a leer un rato, a cocinar. Aquí se puede estar en paz. Ojalá todo mundo tuviera la oportunidad de vivir así, al menos una semana.


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