Por ejemplo:
Varias profesoras del instituto me encargan a sus hijos. Ir por ellos a la escuela, llevarlos a casa en sus autos. Y yo no sé cómo ni por qué tengo que hacer esto. Lo que quiero es ir a clases.
O también:
Holger, el antiguo inquilino de este cuarto de azotea, me llama para decirme que pasará por algunas cosas que dejó. Vamos en el auto, su auto. Él se baja, el auto sigue en marcha y en una pendiente. Avanza, yo en el asiento del copiloto. Me parece que estoy comiendo un helado. Intento hacer algo, primero con las manos, agachándome hasta los pedales. Maldición, el helado. Luego me cambio de asiento. Exceso de velocidad. Me olvido del helado. Quiero frenar, llego a un crucero, quiero frenar antes del paso de peatones. Freno. Sobre el paso de peatones.
En ambos casos, los sueños se relacionan con mi vida en más de un sentido. El literal, el simbólico.
Holger pasó por sus cosas ayer, cosas que había dejado aquí. Íbamos en su auto, hacia su nuevo departamento, con un ropero en la cajuela. Él se volteó para ver algo allá atrás. Quitó el pie del freno. El auto empezó a avanzar. Estuvimos a punto de golpear al de adelante. Sueños premonitorios, decía. Por suerte ya sé decir "¡aguas!" en alemán. Se dice "Wässer".
domingo, 28 de noviembre de 2010
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