martes, 2 de junio de 2009

2 de junio

Esta vez, En busca del tiempo perdido es un triple regreso, un caminar-desandar-caminar, seguir el camino tres veces en varios sentidos, un camino que a cada renglón se va desdoblando en otros que son y no son el mismo.

Y entonces leo. Leo el recuerdo del autor-protagonista, quien se asombra y se maravilla auténticamente del mecanismo, de cómo funciona la memoria, disparada súbitamente por un pan y una taza de tila, apenas un accidente gastronómico. Leo las palabras que ya había leído hace años, e intento llegar a mí, a ese momento en que leía por primera vez; no lo consigo, porque es sólo una idea de mí lo que me formo entonces. Pero leo y recuerdo, no lo que recuerda Proust ni lo que yo pudiera recordar sobre mí hace cinco o seis años, sino lo que era hace mucho y, a la ligera provocación de unas palabras, recreo dentro de mí un mundo que ya no existe pero que se aparece en mí, frente a mis ojos, que ven sobre las palabras otros lugares, como las fantasmagorías de las linternas mágicas o como "ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín" y los nogales y las higueras y los rosales en casa de mis tíos "y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia" y Torreón entero "y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando consistencia, sale de mi taza de té".

Sale de mi taza de té.

Un millón de pasados se reflejan en el juego de espejos, el universo se vuelve infinito (si es que no lo era antes) y la vida vuelve a ser suave. No hay muerte, sino memoria. Igual que él, podría decir que "en mí también se han deshecho muchas cosas que yo creí que durarían siempre, y se han alzado otras nuevas, preñadas de penas y alegrías nuevas que entonces no sabía prever, lo mismo que hoy me son difíciles de comprender muchas de las antiguas. Hace mucho tiempo también que mi padre ya no puede decir a mamá: "Vete con el niño". Para mí nunca volverán a ser posibles horas semejantes. Pero desde hace poco otra vez empiezo a percibir, si escucho atentamente, los sollozos de aquella noche, los sollozos que tuve valor para contener en presencia de mi padre, y que estallaron cuando me vi a solas con mamá. En realidad, esos sollozos no cesaron nunca; y porque la vida va callándose cada vez más en torno mío, es por lo que los vuelvo a oír, como esas campanillas de los conventos tan bien veladas durante el día por el rumor de la ciudad, que parece que se pararon, pero que tornan a tañer en el silencio de la noche".

Ahora vuelvo a recordar.

2 comentarios:

  1. ¡Leí esa parte anoche!
    Creo que tu traducción es mejor.
    O eso creo. ¿"Campanillas" de los conventos? En el mío dice "campanas". Y nunca dice "preañadas de", que me gusta más.
    En fin, en fin, ¡en fin!

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  2. qué bonito, Tinajas. y apenas empieza este largo y largo leer.

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