martes, 23 de junio de 2009

23 de junio. El regreso del doctor Cottard

Y, bien, ayer fui al Sótano para recoger mis ejemplares apartados, y me engolosiné. Iba por el 2 y el 3, pero aproveché para llevarme de una vez el 6, un 3 para Sofs (envuelto para llevar, por favor) y... un libro de relatos de Thomas Bernhard. Y es que, además de Proust, me gusta Bernhard. Podrán ser depresivos las atmósferas en las que viven sus personajes (siempre parece que afuera está lloviendo, que los bosques son interminables, que dentro de los bosques viven hombres, muchachos jóvenes pero de algún modo enfermos y por eso mismo más bien viejos, dispuestos a matar —una por una— todas las aves del aviario de un tío recientemente muerto, aves que chillan todo el día desde que murió su dueño y que están a punto de volver locos a los demás que viven en la casa), podrán tal vez estos personajes tener los pensamientos más decadentes (no necesariamente en el sentido de una moral sexual) y suicidas y desesperanzados, pero... bueno, así son los austriacos. Azotados. Y me gusta. Me gusta, por ejemplo, la rabia de Egon Schiele, su obsesión (ahora sí sexual) y sus paisajes compuestos por retazos. Me gusta pensar en Viena y en el campo austriaco. Me gusta pensar en Viena porque no sólo tengo el nombre para imaginar la ciudad. Y entonces, de súbito, me acuerdo de Proust y de ese despliegue de sentido del humor que hace cuando, en la última parte del tomo 1 ("Nombres de tierras: El nombre"), relata los días previos al viaje que harían a Venecia, a Florencia, a visitar Santa María del Fiore... De verdad, de verdad os digo que, cuando leí eso, me reí.

Pero lo que quería decir es que, estando en el Sótano, pedí ayuda a uno de los jóvenes de camiseta azul para localizar el volumen 3 que necesitaba Sofs (estuve a punto de llevarle el 2, que me ha dicho mil veces que ya tiene). Y he aquí que un señor muy amable me lo entrega, le agradezco y, mientras me encamino a la caja, dice a un colega: "No, si yo tengo el primer tomo, pero... ps nunca lo he terminado. Lo empecé pero no lo terminé". Algo así. Tentada estuve a girar sobre mis pasos, regresar a él, sacar del bolso (que no llevaba) una tarjeta (que aún no existe) con la inscripción "VIEJAS ANCIANAS" y un número de teléfono o, mejor aún, una fecha y un lugar, y decir por lo bajo: "Nos vemos ahí. Tienes un mes para leer el 1 y el 2. No hables de esto con nadie". Se lo conté a Sofs por teléfono. Le pareció, igual que a mí, algo divertido. La cofradía de los lectores de Proust.

Luego pasaron cosas en el día, tuve un ensayo y, casi a medianoche, llegué a mi casa a ver a Prousti.

El volumen 2 me recibió con una sorpresa (sí, Sofs, Guillermo: no pude evitar la tentación de comenzar, una vez que lo tuve): el regreso de un personaje secundario de "Unos amores de Swann" al centro del relato, o por lo menos así se anticipa, en "A la sombra de las muchachas en flor". El doctor Cottard, el simplón de la sonrisa idiota, el de las frases aprendidas y dichas con calzador a la menor provocación. Intuyo, por los dos o tres párrafos que pude leer anoche antes de caer, que acá le veremos otra faceta. No sé. Lo que sí es que me dio muchísimo gusto encontrarlo de nuevo, como si Proust (ja) hubiera adivinado que uno de mis personajes favoritos de la parte anterior fue ése.

Qué cara afición, leer a Proust.

(Del lat. carus).

1. adj. Que excede mucho del valor o estimación regular.

2. adj. De precio elevado.

3. adj. Dicho de cualquier cosa vendida, comprada u ofrecida: A un precio más alto que el de otra tomada como punto de referencia, la cual es más barata con relación a aquella.

4. adj. Amado, querido.

5. adj. ant. Gravoso o dificultoso.

6. adv. m. A un precio alto o subido.

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