jueves, 8 de enero de 2009

8 de enero

Mientras aparece el repinche Tinajero o llega la noche o se me quita el frío o alguien llama al oscuro cuarto de hotel donde me hospedo, sigo leyendo. De vez en cuando, me detengo a rumiar algunas partes del librito que terminé hace dos noches, La jornada de la mona y el paciente. Como ésta:

"Ya encontré una clave. La llave de todo, estoy más que seguro, se encuentra en la propia escritura, siempre y cuando se tome esta escritura en su carácter profético. Todo está escrito. Los acontecimientos futuros se encuentran narrados con una tibieza impresionante. Les aseguro que cuando esos sucesos se hacen realidad se muestran recién en todo su esplendor. De otra manera no tengo forma de entender haberme visto obligado a ser paciente de la clínica semioculta fundada por la doctora Prosperina. Ubicada en una zona marginal —igual que el moridero descrito en mi libro Salón de belleza— donde se da secreta atención a una serie de enfermos que han caído bajo el influjo de esa mujer".

Profético será, acaso, que después de llegar a mis manos, como por su propio pie, la novelita de Salón de belleza, haya llegado yo a este otro libro donde se le menciona. Profético será, más bien, lo que pase después. Pero yo no quiero morir. No todavía.

Otra parte:

"Ahora la escritura ocupa todo el tiempo. Una escritura que dudo pueda ser transmitida. Y esa es también una fuente de miedo. La no posibilidad de comunicar la palabra escrita, piensa el paciente, acabará por abolirla. El juego de generar palabras para que éstas a su vez generen otras, puede terminar de golpe si las palabras generadas se vuelven incapaces de ser a su vez fuentes de otras nuevas. Si no existe nadie que las lea y las demande, se irán acumulando hasta formar un cuerpo deforme del cual el paciente no podrá liberarse. Será incapaz de ver editados sus libros, de saber si existen o no lectores. La palabra volverá a sus comienzos, cuando no era más que un ejercicio concéntrico que tenía como único fin la palabra por la palabra. Es por eso que en aquellos tiempos, en los primeros de escritura, era usual el copiado del directorio telefónico o de fragmentos de textos de los escritores preferidos".

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