lunes, 27 de abril de 2009

27 de abril

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"Dominarse era el placer de convertirse, gracias al cerebro, en un mecanismo al que podía mandarse y que obedecía.
Dije que sólo mediante ese dominio podía ser feliz el hombre y conocer su propia naturaleza. Pero eran muy pocos los que llegaban a conocer nunca su naturaleza. El dejarse ofuscar por los sentimientos, el no hacer nada contra el oscurecimiento - normalmente continuo - del espíritu llevaba a los hombres a la desesperación. Donde la razón manda la desesperación es imposible, dije. 'Cuando caigo en ese estado de total incomprensión, todo es desesperación en mí'. Sin embargo, en ese estado sólo caía ahora raras veces. La vida era siempre fatigosa mientras no se lograba salir de él, y el placer consistía en soportar ese estado racionalmente, dije. La mayoría de los hombres eran hombres de corazón y no de cerebro, y por eso la mayoría se entregaba a la desesperación y no a la razón. 'Pero la razón a que me refiero, dije, es totalmente acientífica'".

Así como Guillermo lee Diario del año de la peste de Daniel Defoe, yo leo Trastorno de Thomas Bernhard (y, todavía, La montaña mágica, tan pródiga en su descripción de enfermedades respiratorias). Guillermo está anticipando lo que, según algunas personas, podría ser un libro estupendo; yo también lo pienso. Está en su momento, y es claro cómo tiene todas las piezas sobre la mesa, y el camino que ya empieza a recorrer, y hacia dónde va, y lo acertado de su literatura.

Por mi parte, yo intento sólo distraerme, encontrar una nueva rutina, descansar del ruido mediático y del silencio callejero, de las teorías apocalípticas y de mi propia angustia. Sólo intento enfocar el panorama, tomar mi distancia, estar bien conmigo. Eso es todo.

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