Desentumirse. Estirar los brazos al aire, hacer muecas y ruidos. Ponerse a escribir.
De Vargas Llosa he leído poco. No creo leerlo más ahora, sólo porque ganó el Nobel. Tengo cosas más importantes donde meter la cabeza. Sin embargo, hay algo que me resulta curioso. Hace mucho, en una clase de teoría literaria (todavía estudiaba Literatura Dramática y Teatro en la UNAM) leímos La ciudad y los perros. Recuerdo poco de la anécdota y mucho menos de las cualidades literarias, de las vueltas de tuerca, de los engranajes narrativos, de la importancia del texto en el panorama de la literatura latinoamericana (Bolaño diría esto con una mueca, pero es que él era muy listo y sabía muchas más cosas que yo no sé). Es decir, no recuerdo casi nada. Una sola cosa halló su camino hasta los rincones del no-olvido de mi cerebro. Una sola frase, quiero decir. "Fernández, eres un poeta". Por supuesto, el personaje no se refería a mí (¿cómo podría haber sabido él, un personaje, que yo iba a leer su frase, escrita por un autor peruano?), sino a Alberto Fernández que, si no me equivoco, es el protagonista de la novela y es, podríamos decirlo así, un buen tipo.
Como decía, eso lo leí hace más de diez años. Entonces tenía muchísimas y muy brillantes ideas, era entusiasta, creía en el futuro y era muy estúpida. Ahora sigo siendo estúpida y estoy un tanto más cansada que antes, lo que hace que ya no tenga ninguna idea (afortunadamente) ni sea entusiasta ni crea en el futuro. La mayor parte del tiempo, prefiero quedarme callada. No considero que haya dejado de ser poeta. Es sólo que ahora hago poesía en silencio.
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