martes, 2 de agosto de 2011

2 de agosto. Unas islas

La cosa estuvo así.

22 de julio, 2011. El tren llegó a las 17:08. No tenía mapa, pero decidí que no sería difícil dar con el sitio: hay una ciudad intramuros, luego un río, un puente para cruzar el río, una isla o un islote y en dicho lugar, un albergue para jóvenes.

Caminé por la calle principal sin saber que lo era. Gente por todas partes, gran alboroto y agitación, ruido. Pedí direcciones en una tienda de kebabs: vaya de frente, luego a la izquierda y cruce el puente para llegar a la isla. Caminé 20 minutos, quizá un poco más porque iba cargada y sin estar muy segura de haber entendido las indicaciones. Un hombre ensangrentado a media calle. Disfraces, música, multitudes.

Al fin, llegué. En la terraza se empezaba a juntar la gente. Según el programa, comenzaríamos a las 18:00. Había llegado justo a tiempo.

Antes de las presentaciones, minutos después de la hora de encuentro, una del grupo recibe una llamada, se aleja un poco, luego se sienta en otra banca y se echa a llorar ostensiblemente. Una de las organizadoras se acerca a preguntar qué pasa. Los demás volteamos. ¿Qué pasa? Me temo lo peor. Una muerte. Al inicio del taller. Una mancha oscura, una nube, un parteaguas en la vida de alguien, un abismo. Ella cuelga el teléfono, platica con la organizadora. Al poco tiempo está más calmada, incluso sonríe. El abismo, sin embargo, no desaparece. La sombra sigue ahí.

Volvemos al círculo, a las presentaciones. Ella, la de la llamada, es Dominica, de Polonia, y habla español. Le pregunto después de un rato qué pasó, si está bien, si su familia está bien. Dice que sí, que su hermana la ha llamado desde Noruega. Un atentado terrorista, dice, en Oslo. No entiendo. Valborg, pienso. Noruega. Mi teléfono celular, que es una mierda, no tiene batería. Tengo que esperar hasta regresar al dormitorio, cargar el aparato y poder hacer la llamada.

- Hi Valborg! Wie geht's dir? Wo bist du?—, equilibrio precario entre gente que sale y entra del dormitorio, el cargador conectado, el cable que se zafa, la batería que es poca aún, Valborg lejos, yo lejos...
- Hi! Hi! Ich bin gerade in Norwegen angekommen.— Sí, Valborg, pero ¿dónde en Noruega? ¿Dónde estás? ¿Cómo estás? No sé qué decir, cómo preguntar. No sé si ya sabe.
- Gut... gut... Also, Valborg, ich habe den Nachrichten von Oslo gehört. Wie geht's deiner Familie? Deiner Schwester?
- Ja, meine Familie ist ok. Es ist wahnsinn! Der Typ hat auch Jugendliche geschossen, weißt du? (...) — Me cuenta algo más, pero no entiendo. Un tipo, vestido como oficial de policía, disparando a jóvenes... en un campamento? ¿Es eso lo que dice?
- Was?!
- Ja, es ist wahnsinn.
- Es tut mir wirklich Leid, Valborg.— No sé qué decir. Todo es estúpido.
- Ja. Danke für den Anruf, Maria, und viel Spaß in Avignon.

Ah, sí, Avignon. Así fue la llegada a Avignon. El abismo entre la representación y la vida. El hombre ensangrentado a mitad de la calle.

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