martes, 31 de enero de 2012

Lunes 30 de enero, 2012

Ahora que tengo una libreta he abandonado el blog. Escribir a mano cuesta más trabajo, literalmente más energía, y quizás por eso mismo lo hago: para cansarme. Paso muchas horas sentada. Escribir es casi el único ejercicio físico que realizo. No es cosa de chiste.

Ayer escribí esto en mi libreta (nueva):

"Antes de regresar al estudio (o de quedarme dormida en el intento de regresar al estudio), escribiré un par de ideas que son, en realidad, cuatro, creo.

(...)

3. Hoy por la mañana esperaba el autobús. A mi izquierda, vi a un niño que caminaba junto a su madre. De pronto, aceleró el paso y estuvo a punto de bajarse de la acera. La madre interpuso (torpemente, el corazón sobresaltado) la carreola (vacía) entre su hijo y el asfalto. Un niño de digamos, un año y medio. Pensé en el peligro. Imaginé al niño corriendo, feliz, ignorante, directo a las fauces de los automóviles que marchan a toda carrera, conducidos por hombres y mujeres de familia que van a su trabajo donde ganan el dinero necesario para mantener a sus propios hijos. Me pregunté si, llegado el caso y suponiendo que su madre estuviera distraída o su chaqueta o sus guantes se atoraran fatídicamente en la carreola (vacía), yo arriesgaría mi vida por salvar a un niño desconocido a punto de ser atropellado salvajemente por una horda de hierros y neumáticos rabiosos. Supuse que sí, que lo haría. Luego se alejaron, él y su madre, pero no tanto como para deslindarme de la responsabilidad de al menos intentar, en dado caso, un gesto heroico. Calculé la velocidad a la que tendría que correr, los pasos que debería dar llegado el inminente momento de la catástrofe. Luego se alejaron más y me sentí a salvo de tener que exponer hipotéticamente mi vida por un niño ya no tan desconocido (empezaba a sentir algo como afecto por él y por su madre). Fue entonces cuando me di cuenta, por primera vez en más de treinta años, que jamás he vivido en un lugar donde no haya habido al menos un automóvil. Pensé que toda mi vida ha sido una ficción a bordo de vehículos motorizados o que sólo puede entenderse a partir de la presencia, la existencia ya irreversible de estas cosas. Paralelamente, pensé una pregunta: ¿qué significa "morirse de hambre"? Quiero decir, qué significa que mucha gente en varias, en muchas partes del mundo, se muera de hambre. Cómo se muere uno de hambre. Cómo es posible que haya gente que pase por esto y yo ni siquiera pueda entender qué significa. Y lo pensé mientras veía a ese niño correr entre los peligros de vivir uno rodeado de automóviles. Imaginé a muchos otros niños, en este mismo instante, muriendo. De hambre. Hay niños muriendo de hambre, pensé, y vi frente a mí la panadería donde algunas veces he comprado pan y donde ahora dos mujeres tomaban un café y conversaban, tal vez plácidamente, tal vez no. Luego llegó el autobús. Hacia mi derecha vi a una mujer que corría, sobre la acera contraria, con la intención de atravesar la calle, como quien corre para salvar la vida. Nuevamente imaginé tragedias, huesos quebrándose, sangre en los parabrisas, gestos descompuestos por el dolor (metafórico o real), la rutina suspendida, las sirenas de las ambulancias, el relato de los testigos a la policía, las dificultades para darse a entender, la narración salpicada por otras historias, por cosas que no pasaron, que no deberían haber pasado, que quizás podrían haber pasado, que no se sabe muy bien si pasaron o cómo pasaron. El chofer abrió desde su asiento la puerta trasera del autobús. La mujer subió. La respiración acelerada de quien acaba de salvar su vida, varias vidas."

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