sábado, 21 de febrero de 2009

21 de febrero

Estaba escribiendo el texto de abajo, cuando al asalto me distrajo una conversación sobre "salir al mundo" que, de manera poco misteriosa, me recordó a mi madre. "Cuando salgas al mundo", era el modo frecuente en que empezaba a hablarme cuando yo cursaba, creo, mi tercera licenciatura (la única que terminé). Después, seguía una retahíla de recomendaciones que mi memoria tuvo a bien no retener. Me titulé y, pienso, ella está feliz porque ahora he salido al mundo.

Hoy la cosa empezó cuando una persona me invitó a comer unos tacos y, ante mi negativa (debida a la fatiga), me conminó a "salir a vivir", a lo cual respondí que yo vivo 24/7, es decir, todas las horas de todos los días, sin tiempos muertos (nunca mejor dicho). Ella puso en duda mi respuesta, lo cual me motivó a proseguir:

¿Qué, a poco tú crees que vivir es ir a consumir?
No, vivir es salir al mundo. Dedicar tiempo a las cosas por las que uno no gana dinero.

Qué definición tan capitalista de "vivir".
Es justo una definición anti capitalista. En cambio tú te quieres quedar a descansar para poder trabajar bien la próxima semana.

¿Y ser "una empleada eficaz del perfectamente bien engrasado sistema (en quiebra) llamado capitalismo"? Oh, no, señor.
Eso no tiene nada que ver. Cualquiera, sin importar a qué se dedique, puede salir al mundo.

"Salir al mundo". Como si en algún momento hubiera estado en una suerte de limbo transmundial, en un imposible no-lugar donde nada pasa o donde lo que pasa es no sólo insustancial (pues "lo que pasa" es accidental y, por lo tanto, no es substancia) sino también poco importante.

Casualmente, mientras escribía esto fui al blog de Guillermo y encontré una convergencia. Él pensaba (entre dolores de estómago) en las distancias que ocasionalmente se abren entre lo que uno quiere ser y aquello en lo que uno se convierte, orillado por las necesidades laborales o por estar cerca (así sea desempeñando una tarea "menor") de los lugares donde pasan las cosas que a uno le interesan. Imagino que esto es desgarrador. Es una escisión como la del Romanticismo, o acaso una deforme y monstruosa hija suya.

A veces me pregunto, con absoluta seriedad, viéndome en el espejo retrovisor del auto, atrapada en el (cotidiano) tráfico de la ciudad, si acaso cada cosa que hago me hace feliz, si no me habré desviado hace ya mucho tiempo, si no estaré circulando por el atestado camino de la mediocridad. El tono de la respuesta depende de la temperatura ambiente, del nivel de glucosa en mi sangre, de cuánta gasolina hay en el tanque y de la pericia o impericia de los conductores que me anteceden en la vía. Sin embargo, el contenido de la respuesta nunca varía.

Todo lo anterior me lleva a Revolutionary Road (o, como yo propongo que debería llamarse en español: Avenida Revolución). Dos personas infelices, insatisfechas, muertas, quieren hacer de golpe todo lo que la gente hace cuando "sale a vivir". ¿Qué? Ninguno lo sabe. Algo que no sea lo que tienen, algo que les quite el sabor metálico del (muy bien pagado) fracaso. Otra cosa. "Salir al mundo". Revolutionary Road es la marcha fúnebre de los asalariados, de los esclavos capitalistas que siempre quisieron ser algo más de lo que fueron. En esa historia, yo soy el loco.

2 comentarios:

  1. Yo entré a pasarte este cartón, pero por cierto, gran post, me recuerda a un viejoa migo que solía escribir similar pero tú lo haces mucho mejor.

    http://3.bp.blogspot.com/_iJayHHFD94E/SYiusFaAWqI/AAAAAAAACAA/mHcdTXc3Lxs/s1600-h/hortelano.jpg

    ResponderEliminar
  2. gran post, tinajero. y sí conozco ese limbo transmundial, fuera de todo lugar y tiempo, en el que sólo suceden cosas intrascendentes. ahí, por cierto, la he pasado bomba.

    ResponderEliminar