miércoles, 23 de septiembre de 2009

24 de septiembre. El Miramar

Hubiera preferido entrar al Miramar, un bar que, desde la calle, tiene toda la pinta de ser un navío que se hunde. En lo que se presume es un segundo piso, hay unas cortinas rojas de putero tras las ventanitas por donde apenas escapan los batacazos de algún grupo de variedades. En la puerta, un gordo embarazado sacándose los mocos. Y, con todo, hubiera preferido eso a entrar al negocio que se halla enfrente. Al Metropolitan, digo, a ver ese espectáculo, ese bodrio aburridísimo, de "Boris Gudonov".

Presiento que todos los actores españoles tienen un grave problema genético de verosimilitud, y sólo algunos —pocos, muy pocos— consiguen sortear el bache con gracia y/o talento. Habría que pedirle, entonces, a los que sesean y recitan sus líneas como si no hubieran pasado siglos desde aquél de oro, que se subieran a un barco. O hacer que se inscriban como voluntarios en un programa de viajes espaciales. Y luego, bum, dinamitar las naves.

Hoy no soy condescendiente. Pagué mucho dinero y esos tipos casi me matan a bostezos. Hoy despotrico, entonces, como lo haría el mejor de todos. Como lo hace solamente Mario Gensollen.

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