Nunca tuvimos tantas ojeras como ahora que los perros se han ido. En el silencio no podemos descansar. Vivimos a la sombra de una estúpida certeza; sabemos que una noche, cualquier noche, regresarán en jauría para reclamar su pedazo de carne, sus albóndigas saladas. Qué nos importan las campañas de recolección que ha realizado el gobierno. A las bestias, por lo menos, eso les tiene sin cuidado.
Hace un par de días quise salir a la calle. Era mediodía. Las aceras eran sábanas blancas tendidas sobre el cordón de la calle. Ni un alma. Cerré la ventana y encendí el televisor.
viernes, 6 de noviembre de 2009
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