(2 de noviembre) La ciudad muerta, la comunicación detenida por enfermedad. Día feriado. Mañana matan a una perra que vivió 12 años con mis tíos y primas. Mi abuela, también, comienza a morir, aunque nadie lo diga en voz alta. Nos morimos, nos dejamos, esto se acaba. Mis dos nuevos libros son también de muertos: "En tierras bajas", de Herta Müller, y "La peste", de Camus. Yo también me muero. Nos aferramos tanto a todo...
Duele irse enganchando y desenganchando. Me pregunto si será más fácil para unos que para otros, si los sicarios sufren menos o si, por el contrario, también sufren pero sus emociones están disociadas y entonces... Entonces no sé. Cómo será eso. Y por qué sufrimos sin tener heridas y cómo se cura uno de eso.
La muerte le cambia a uno los ojos. O la mirada, le cambia a uno la mirada sobre las cosas. Uno se despide, dice adiós, adiós. No hay mucho más que se pueda decir o hacer. En el último momento, quedamos reducidos a palabras que aprendimos antes de los dos años de edad. Ningún discurso es suficientemente brillante como para evitarnos la pena de sentirnos superados por completo ante la magnitud del evento. Nos morimos y no abrazarnos a la vida parece extravagancia. O nos suicidamos. No puedo atinar a decir algo coherente.
Mi abuela se va a morir y ya desde ahora no reconozco en su cuerpo toda esa hermosura que amaba en ella. La veo y me duele sentir un poco de repugnancia y otro poco de hartazgo y desesperación. Quisiera amarla incondicionalmente y algo se niega, se detiene en el quicio de la puerta y pone frente a mis ojos ese cadáver parcial en el que se ha convertido (las piernas necróticas, la columna aplastada), en el que la vida la ha convertido, a pesar de ella y de la rabia con la que siempre se agarró a la vida, a la más hermosa vida de una mujer golpeada con cinco hijas. Desprecio tanto el espectáculo de sus piernas hinchadas como ella misma, y por eso sé que seguimos queriéndonos, ella y yo, porque detestamos lo mismo. Odio tanto eso que ahora es mi abuela como ella odia al bulto inútil de la costilla fisurada, a la vieja sorda que está perdiendo la memoria y que ni siquiera puede recordar qué le pasó o por qué tiene un dolor agudo en el costado, a la mujer enclenque que se cae de un banco a mitad de la noche, cuando intentaba bajar su sombrero cordobés para ponérselo un rato y sentirse guapa y joven de nuevo. Para verse en el espejo y guiñarse un ojo, mientras en su cabeza se reproduce el momento exacto en el que fue aclamada como reina del casino español. "Granada, tierra soñada por mí..."
Odio a mi abuela porque en sus ojos empieza a transparentarse el color de la muerte cercana, porque en su columna reducida se reduce también mi esperanza de algo verde, eterno, sin fin, siempre alegre, siempre cantando y tocando el piano, enamorando a todos los hombres con sus ojos... esos ojos. Hoy tiene sentido, por fin, el día de muertos. Bajé a la tierra, me hice mortal. Y la belleza se hizo añicos en la caída. Ya no hay nada fuera de este mundanal ruido de sirenas. Estoy nadando en el fango.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
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