En estos días no he pensado mucho mientras espero el autobús. Hace un frío estúpido que dificulta eso de andar pensando cosas. Cosas como éstas:
Mientras caminaba a lo largo del estanque, una persona se atrevió a pararse sobre la superficie congelada, detenida del brazo de algún amigo. Me gustaría decir que yo también lo intenté. Pero no, no lo hice. Sólo tomé esta foto cuando ya nadie intentaba ni se atrevía a nada.
viernes, 3 de febrero de 2012
martes, 31 de enero de 2012
Lunes 30 de enero, 2012
Ahora que tengo una libreta he abandonado el blog. Escribir a mano cuesta más trabajo, literalmente más energía, y quizás por eso mismo lo hago: para cansarme. Paso muchas horas sentada. Escribir es casi el único ejercicio físico que realizo. No es cosa de chiste.
Ayer escribí esto en mi libreta (nueva):
"Antes de regresar al estudio (o de quedarme dormida en el intento de regresar al estudio), escribiré un par de ideas que son, en realidad, cuatro, creo.
(...)
3. Hoy por la mañana esperaba el autobús. A mi izquierda, vi a un niño que caminaba junto a su madre. De pronto, aceleró el paso y estuvo a punto de bajarse de la acera. La madre interpuso (torpemente, el corazón sobresaltado) la carreola (vacía) entre su hijo y el asfalto. Un niño de digamos, un año y medio. Pensé en el peligro. Imaginé al niño corriendo, feliz, ignorante, directo a las fauces de los automóviles que marchan a toda carrera, conducidos por hombres y mujeres de familia que van a su trabajo donde ganan el dinero necesario para mantener a sus propios hijos. Me pregunté si, llegado el caso y suponiendo que su madre estuviera distraída o su chaqueta o sus guantes se atoraran fatídicamente en la carreola (vacía), yo arriesgaría mi vida por salvar a un niño desconocido a punto de ser atropellado salvajemente por una horda de hierros y neumáticos rabiosos. Supuse que sí, que lo haría. Luego se alejaron, él y su madre, pero no tanto como para deslindarme de la responsabilidad de al menos intentar, en dado caso, un gesto heroico. Calculé la velocidad a la que tendría que correr, los pasos que debería dar llegado el inminente momento de la catástrofe. Luego se alejaron más y me sentí a salvo de tener que exponer hipotéticamente mi vida por un niño ya no tan desconocido (empezaba a sentir algo como afecto por él y por su madre). Fue entonces cuando me di cuenta, por primera vez en más de treinta años, que jamás he vivido en un lugar donde no haya habido al menos un automóvil. Pensé que toda mi vida ha sido una ficción a bordo de vehículos motorizados o que sólo puede entenderse a partir de la presencia, la existencia ya irreversible de estas cosas. Paralelamente, pensé una pregunta: ¿qué significa "morirse de hambre"? Quiero decir, qué significa que mucha gente en varias, en muchas partes del mundo, se muera de hambre. Cómo se muere uno de hambre. Cómo es posible que haya gente que pase por esto y yo ni siquiera pueda entender qué significa. Y lo pensé mientras veía a ese niño correr entre los peligros de vivir uno rodeado de automóviles. Imaginé a muchos otros niños, en este mismo instante, muriendo. De hambre. Hay niños muriendo de hambre, pensé, y vi frente a mí la panadería donde algunas veces he comprado pan y donde ahora dos mujeres tomaban un café y conversaban, tal vez plácidamente, tal vez no. Luego llegó el autobús. Hacia mi derecha vi a una mujer que corría, sobre la acera contraria, con la intención de atravesar la calle, como quien corre para salvar la vida. Nuevamente imaginé tragedias, huesos quebrándose, sangre en los parabrisas, gestos descompuestos por el dolor (metafórico o real), la rutina suspendida, las sirenas de las ambulancias, el relato de los testigos a la policía, las dificultades para darse a entender, la narración salpicada por otras historias, por cosas que no pasaron, que no deberían haber pasado, que quizás podrían haber pasado, que no se sabe muy bien si pasaron o cómo pasaron. El chofer abrió desde su asiento la puerta trasera del autobús. La mujer subió. La respiración acelerada de quien acaba de salvar su vida, varias vidas."
Ayer escribí esto en mi libreta (nueva):
"Antes de regresar al estudio (o de quedarme dormida en el intento de regresar al estudio), escribiré un par de ideas que son, en realidad, cuatro, creo.
(...)
3. Hoy por la mañana esperaba el autobús. A mi izquierda, vi a un niño que caminaba junto a su madre. De pronto, aceleró el paso y estuvo a punto de bajarse de la acera. La madre interpuso (torpemente, el corazón sobresaltado) la carreola (vacía) entre su hijo y el asfalto. Un niño de digamos, un año y medio. Pensé en el peligro. Imaginé al niño corriendo, feliz, ignorante, directo a las fauces de los automóviles que marchan a toda carrera, conducidos por hombres y mujeres de familia que van a su trabajo donde ganan el dinero necesario para mantener a sus propios hijos. Me pregunté si, llegado el caso y suponiendo que su madre estuviera distraída o su chaqueta o sus guantes se atoraran fatídicamente en la carreola (vacía), yo arriesgaría mi vida por salvar a un niño desconocido a punto de ser atropellado salvajemente por una horda de hierros y neumáticos rabiosos. Supuse que sí, que lo haría. Luego se alejaron, él y su madre, pero no tanto como para deslindarme de la responsabilidad de al menos intentar, en dado caso, un gesto heroico. Calculé la velocidad a la que tendría que correr, los pasos que debería dar llegado el inminente momento de la catástrofe. Luego se alejaron más y me sentí a salvo de tener que exponer hipotéticamente mi vida por un niño ya no tan desconocido (empezaba a sentir algo como afecto por él y por su madre). Fue entonces cuando me di cuenta, por primera vez en más de treinta años, que jamás he vivido en un lugar donde no haya habido al menos un automóvil. Pensé que toda mi vida ha sido una ficción a bordo de vehículos motorizados o que sólo puede entenderse a partir de la presencia, la existencia ya irreversible de estas cosas. Paralelamente, pensé una pregunta: ¿qué significa "morirse de hambre"? Quiero decir, qué significa que mucha gente en varias, en muchas partes del mundo, se muera de hambre. Cómo se muere uno de hambre. Cómo es posible que haya gente que pase por esto y yo ni siquiera pueda entender qué significa. Y lo pensé mientras veía a ese niño correr entre los peligros de vivir uno rodeado de automóviles. Imaginé a muchos otros niños, en este mismo instante, muriendo. De hambre. Hay niños muriendo de hambre, pensé, y vi frente a mí la panadería donde algunas veces he comprado pan y donde ahora dos mujeres tomaban un café y conversaban, tal vez plácidamente, tal vez no. Luego llegó el autobús. Hacia mi derecha vi a una mujer que corría, sobre la acera contraria, con la intención de atravesar la calle, como quien corre para salvar la vida. Nuevamente imaginé tragedias, huesos quebrándose, sangre en los parabrisas, gestos descompuestos por el dolor (metafórico o real), la rutina suspendida, las sirenas de las ambulancias, el relato de los testigos a la policía, las dificultades para darse a entender, la narración salpicada por otras historias, por cosas que no pasaron, que no deberían haber pasado, que quizás podrían haber pasado, que no se sabe muy bien si pasaron o cómo pasaron. El chofer abrió desde su asiento la puerta trasera del autobús. La mujer subió. La respiración acelerada de quien acaba de salvar su vida, varias vidas."
martes, 2 de agosto de 2011
2 de agosto. Unas islas
La cosa estuvo así.
22 de julio, 2011. El tren llegó a las 17:08. No tenía mapa, pero decidí que no sería difícil dar con el sitio: hay una ciudad intramuros, luego un río, un puente para cruzar el río, una isla o un islote y en dicho lugar, un albergue para jóvenes.
Caminé por la calle principal sin saber que lo era. Gente por todas partes, gran alboroto y agitación, ruido. Pedí direcciones en una tienda de kebabs: vaya de frente, luego a la izquierda y cruce el puente para llegar a la isla. Caminé 20 minutos, quizá un poco más porque iba cargada y sin estar muy segura de haber entendido las indicaciones. Un hombre ensangrentado a media calle. Disfraces, música, multitudes.
Al fin, llegué. En la terraza se empezaba a juntar la gente. Según el programa, comenzaríamos a las 18:00. Había llegado justo a tiempo.
Antes de las presentaciones, minutos después de la hora de encuentro, una del grupo recibe una llamada, se aleja un poco, luego se sienta en otra banca y se echa a llorar ostensiblemente. Una de las organizadoras se acerca a preguntar qué pasa. Los demás volteamos. ¿Qué pasa? Me temo lo peor. Una muerte. Al inicio del taller. Una mancha oscura, una nube, un parteaguas en la vida de alguien, un abismo. Ella cuelga el teléfono, platica con la organizadora. Al poco tiempo está más calmada, incluso sonríe. El abismo, sin embargo, no desaparece. La sombra sigue ahí.
Volvemos al círculo, a las presentaciones. Ella, la de la llamada, es Dominica, de Polonia, y habla español. Le pregunto después de un rato qué pasó, si está bien, si su familia está bien. Dice que sí, que su hermana la ha llamado desde Noruega. Un atentado terrorista, dice, en Oslo. No entiendo. Valborg, pienso. Noruega. Mi teléfono celular, que es una mierda, no tiene batería. Tengo que esperar hasta regresar al dormitorio, cargar el aparato y poder hacer la llamada.
- Hi Valborg! Wie geht's dir? Wo bist du?—, equilibrio precario entre gente que sale y entra del dormitorio, el cargador conectado, el cable que se zafa, la batería que es poca aún, Valborg lejos, yo lejos...
- Hi! Hi! Ich bin gerade in Norwegen angekommen.— Sí, Valborg, pero ¿dónde en Noruega? ¿Dónde estás? ¿Cómo estás? No sé qué decir, cómo preguntar. No sé si ya sabe.
- Gut... gut... Also, Valborg, ich habe den Nachrichten von Oslo gehört. Wie geht's deiner Familie? Deiner Schwester?
- Ja, meine Familie ist ok. Es ist wahnsinn! Der Typ hat auch Jugendliche geschossen, weißt du? (...) — Me cuenta algo más, pero no entiendo. Un tipo, vestido como oficial de policía, disparando a jóvenes... en un campamento? ¿Es eso lo que dice?
- Was?!
- Ja, es ist wahnsinn.
- Es tut mir wirklich Leid, Valborg.— No sé qué decir. Todo es estúpido.
- Ja. Danke für den Anruf, Maria, und viel Spaß in Avignon.
Ah, sí, Avignon. Así fue la llegada a Avignon. El abismo entre la representación y la vida. El hombre ensangrentado a mitad de la calle.
22 de julio, 2011. El tren llegó a las 17:08. No tenía mapa, pero decidí que no sería difícil dar con el sitio: hay una ciudad intramuros, luego un río, un puente para cruzar el río, una isla o un islote y en dicho lugar, un albergue para jóvenes.
Caminé por la calle principal sin saber que lo era. Gente por todas partes, gran alboroto y agitación, ruido. Pedí direcciones en una tienda de kebabs: vaya de frente, luego a la izquierda y cruce el puente para llegar a la isla. Caminé 20 minutos, quizá un poco más porque iba cargada y sin estar muy segura de haber entendido las indicaciones. Un hombre ensangrentado a media calle. Disfraces, música, multitudes.
Al fin, llegué. En la terraza se empezaba a juntar la gente. Según el programa, comenzaríamos a las 18:00. Había llegado justo a tiempo.
Antes de las presentaciones, minutos después de la hora de encuentro, una del grupo recibe una llamada, se aleja un poco, luego se sienta en otra banca y se echa a llorar ostensiblemente. Una de las organizadoras se acerca a preguntar qué pasa. Los demás volteamos. ¿Qué pasa? Me temo lo peor. Una muerte. Al inicio del taller. Una mancha oscura, una nube, un parteaguas en la vida de alguien, un abismo. Ella cuelga el teléfono, platica con la organizadora. Al poco tiempo está más calmada, incluso sonríe. El abismo, sin embargo, no desaparece. La sombra sigue ahí.
Volvemos al círculo, a las presentaciones. Ella, la de la llamada, es Dominica, de Polonia, y habla español. Le pregunto después de un rato qué pasó, si está bien, si su familia está bien. Dice que sí, que su hermana la ha llamado desde Noruega. Un atentado terrorista, dice, en Oslo. No entiendo. Valborg, pienso. Noruega. Mi teléfono celular, que es una mierda, no tiene batería. Tengo que esperar hasta regresar al dormitorio, cargar el aparato y poder hacer la llamada.
- Hi Valborg! Wie geht's dir? Wo bist du?—, equilibrio precario entre gente que sale y entra del dormitorio, el cargador conectado, el cable que se zafa, la batería que es poca aún, Valborg lejos, yo lejos...
- Hi! Hi! Ich bin gerade in Norwegen angekommen.— Sí, Valborg, pero ¿dónde en Noruega? ¿Dónde estás? ¿Cómo estás? No sé qué decir, cómo preguntar. No sé si ya sabe.
- Gut... gut... Also, Valborg, ich habe den Nachrichten von Oslo gehört. Wie geht's deiner Familie? Deiner Schwester?
- Ja, meine Familie ist ok. Es ist wahnsinn! Der Typ hat auch Jugendliche geschossen, weißt du? (...) — Me cuenta algo más, pero no entiendo. Un tipo, vestido como oficial de policía, disparando a jóvenes... en un campamento? ¿Es eso lo que dice?
- Was?!
- Ja, es ist wahnsinn.
- Es tut mir wirklich Leid, Valborg.— No sé qué decir. Todo es estúpido.
- Ja. Danke für den Anruf, Maria, und viel Spaß in Avignon.
Ah, sí, Avignon. Así fue la llegada a Avignon. El abismo entre la representación y la vida. El hombre ensangrentado a mitad de la calle.
domingo, 24 de abril de 2011
24 de abril. Aprender a leer
Cualquier persona que quiera escribir debería primero leer. Pero no sólo leer, sino leer bien e incluso aprender a leer, porque lo que se hace en las escuelas no es enseñar a leer sino un tipo de adiestramiento que sólo sirve para 1) crear peones para la industria, 2) crear consumidores acríticos e irreflexivos que crean que la palabra "rebaja" significa "regalo".
Estoy leyendo Entre paréntesis de Roberto Bolaño. Un tipo muerto viene a mí y me dice: mira, todo el tiempo que has pasado creyendo que escribes o, más aún, pensando que lees, mira, es basura. Tíralo todo, dice. Échalo por la borda, no vale, no cuenta. Y como si fuera una lluvia de caspa, pero mucho más agradable, se le caen de la cabeza decenas de nombres de autores: los que hay que leer, los que ya debería uno haber leído, los que hay que leer para saber que no se deberían haber leído.
No me imagino a Bolaño dando clases. No sé si lo intentó alguna vez siquiera. Si lo hizo, debió haber sido terrible. El caso es que su libro es, en el mejor de los términos posibles, uno de los mejores manuales para entender algo así como el panorama literario de Latinoamérica. Ahora ya sé qué quiero leer cuando termine con éste.
Estoy leyendo Entre paréntesis de Roberto Bolaño. Un tipo muerto viene a mí y me dice: mira, todo el tiempo que has pasado creyendo que escribes o, más aún, pensando que lees, mira, es basura. Tíralo todo, dice. Échalo por la borda, no vale, no cuenta. Y como si fuera una lluvia de caspa, pero mucho más agradable, se le caen de la cabeza decenas de nombres de autores: los que hay que leer, los que ya debería uno haber leído, los que hay que leer para saber que no se deberían haber leído.
No me imagino a Bolaño dando clases. No sé si lo intentó alguna vez siquiera. Si lo hizo, debió haber sido terrible. El caso es que su libro es, en el mejor de los términos posibles, uno de los mejores manuales para entender algo así como el panorama literario de Latinoamérica. Ahora ya sé qué quiero leer cuando termine con éste.
24 de abril. Los puentes y los años como agua por debajo de los puentes
Desentumirse. Estirar los brazos al aire, hacer muecas y ruidos. Ponerse a escribir.
De Vargas Llosa he leído poco. No creo leerlo más ahora, sólo porque ganó el Nobel. Tengo cosas más importantes donde meter la cabeza. Sin embargo, hay algo que me resulta curioso. Hace mucho, en una clase de teoría literaria (todavía estudiaba Literatura Dramática y Teatro en la UNAM) leímos La ciudad y los perros. Recuerdo poco de la anécdota y mucho menos de las cualidades literarias, de las vueltas de tuerca, de los engranajes narrativos, de la importancia del texto en el panorama de la literatura latinoamericana (Bolaño diría esto con una mueca, pero es que él era muy listo y sabía muchas más cosas que yo no sé). Es decir, no recuerdo casi nada. Una sola cosa halló su camino hasta los rincones del no-olvido de mi cerebro. Una sola frase, quiero decir. "Fernández, eres un poeta". Por supuesto, el personaje no se refería a mí (¿cómo podría haber sabido él, un personaje, que yo iba a leer su frase, escrita por un autor peruano?), sino a Alberto Fernández que, si no me equivoco, es el protagonista de la novela y es, podríamos decirlo así, un buen tipo.
Como decía, eso lo leí hace más de diez años. Entonces tenía muchísimas y muy brillantes ideas, era entusiasta, creía en el futuro y era muy estúpida. Ahora sigo siendo estúpida y estoy un tanto más cansada que antes, lo que hace que ya no tenga ninguna idea (afortunadamente) ni sea entusiasta ni crea en el futuro. La mayor parte del tiempo, prefiero quedarme callada. No considero que haya dejado de ser poeta. Es sólo que ahora hago poesía en silencio.
De Vargas Llosa he leído poco. No creo leerlo más ahora, sólo porque ganó el Nobel. Tengo cosas más importantes donde meter la cabeza. Sin embargo, hay algo que me resulta curioso. Hace mucho, en una clase de teoría literaria (todavía estudiaba Literatura Dramática y Teatro en la UNAM) leímos La ciudad y los perros. Recuerdo poco de la anécdota y mucho menos de las cualidades literarias, de las vueltas de tuerca, de los engranajes narrativos, de la importancia del texto en el panorama de la literatura latinoamericana (Bolaño diría esto con una mueca, pero es que él era muy listo y sabía muchas más cosas que yo no sé). Es decir, no recuerdo casi nada. Una sola cosa halló su camino hasta los rincones del no-olvido de mi cerebro. Una sola frase, quiero decir. "Fernández, eres un poeta". Por supuesto, el personaje no se refería a mí (¿cómo podría haber sabido él, un personaje, que yo iba a leer su frase, escrita por un autor peruano?), sino a Alberto Fernández que, si no me equivoco, es el protagonista de la novela y es, podríamos decirlo así, un buen tipo.
Como decía, eso lo leí hace más de diez años. Entonces tenía muchísimas y muy brillantes ideas, era entusiasta, creía en el futuro y era muy estúpida. Ahora sigo siendo estúpida y estoy un tanto más cansada que antes, lo que hace que ya no tenga ninguna idea (afortunadamente) ni sea entusiasta ni crea en el futuro. La mayor parte del tiempo, prefiero quedarme callada. No considero que haya dejado de ser poeta. Es sólo que ahora hago poesía en silencio.
miércoles, 19 de enero de 2011
19 de enero. Am Main
Hoy crucé el río. En el puente, me detuve a ver el sol detrás de unas nubes, al atardecer, y luego, mirando para abajo, vi la violencia del agua crecida. Tuve luego un pensamiento asesino. Imaginé un auto, una camioneta -diría la prensa, un "comando armado"- viniendo hacia mí a gran velocidad, rafagueando transeúntes. Volví a ver el sol, el agua, las márgenes inundadas. Sentí el dolor de lo inevitable. La muerte.
domingo, 16 de enero de 2011
16 de enero. Novedades
Y bien, había abandonado este lugar. El tuiter, ese hábito malsano, me había distraído. Pero de pronto pienso que, como parte de mi obligación cívica (que no patriotera), podría hacer un nuevo blog. Un diario sobre lo que veo en el teatro acá, en Alemania, donde se invierten 3 billones de euros anuales en la susodicha institución cultural. A fin de cuentas, me pagan por estar aquí. ¿Por qué no, entonces, comunicar, compartir? Ahora que es tan fácil. Bien, sólo un proyecto, hasta aquí, pero realizable. Ah, qué emoción. Cosas por las que da gusto vivir.
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