jueves, 4 de junio de 2009

4 de junio. Los actores, esos diablos


Lo mejor de este libro es que siempre va a más. Apenas se había recuperado mi imaginación del golpe que recibió con la brillante, detallada y ferviente descripción de la iglesia —lugar de santos en vidrieras, de reflejos y piedras añejas— cuando, zas, me cae como sorpresa el relato del incidente protagonizado por el narrador, su tío y la amiga de su tío, la actriz. Todo so pretexto de explicarnos la razón por la cual hacía tiempo que el tío Adolfo no visitaba Combray ni, por tanto, se abría la recámara a él reservada.

"Por aquel entonces poseíame la afición al teatro, afición platónica, porque mis padres nunca me habían dejado ir, y se me representaban de un modo tan inexacto los placeres que procuraba, que casi llegué a creer que cada espectador miraba, lo mismo que en un estereoscopio, una decoración que era para él sólo, aunque igual a las otras mil que se ofrecían, una a cada uno, al resto de los espectadores".

Y, pienso, ¿qué no es esto lo que ocurre en una representación teatral? Cada persona va y mira de ella sólo una parte, la que está para ella reservada, y la experiencia se multiplica según el número de asistentes en la sala.

Como buen sensualista, Proust se deja fascinar por el teatro antes siquiera de haberlo vivido. Anticipa los placeres que le procuraría, no sólo el drama y las palabras, sino la convivencia con esas personas tan parecidas al resto y, sin embargo, tan distintas a cualquier otra: los actores. Los actores, las actrices. Qué manera tiene para presentarnos a la amiga de su tío, en quien "nada encontraba (...) del aspecto teatral que tanto admiraba en los retratos de las actrices, ni la expresión diabólica que debía corresponder a una vida como sería la suya. Me costaba trabajo creer que era una cocotte, y sobre todo, nunca me hubiera creído que era una cocotte elegante, a no haber visto el coche de dos caballos, el traje rosa y el collar de perlas, y de no saber que mi tío no trataba más que a las de altos vuelos. (...) Y, sin embargo, al pensar en lo que debía ser su vida, la inmoralidad de la vida aquella me turbaba mucho más que si se hubiera concretado ante mí en una apariencia especial, por ser tan invisible como el secreto de una novela, por el escándalo que debió echarla de casa de sus padres, acomodados, y entregarla a todo el mundo, dando pleno desarrollo a su belleza y elevando hasta el mundo galante y el halago de la notoriedad a una mujer que, por sus gestos y sus entonaciones de voz, tan semejantes a los que viera en otras damas, se me representaba, sin querer, como una muchacha de buena familia que ya no era de ninguna familia".

* En la foto, Sarah Bernhardt. Mucho glamour, pero... en el blog de quien asumo es una teatrera, leo lo siguiente:

«A pesar de las habilidades histriónicas de la Bernhardt, Chéjov declaró que era tan inexpresiva y tan tediosa que “no volvería a escribir sobre ella aunque el editor me pagara cincuenta kopeks por línea”. La clave de la reacción de Chéjov era que “no tiene chispa, lo único que nos hace llorar lágrimas calientes y desvanecernos. Cada suspiro de Sarah Bernhardt, sus lágrimas, su extenuante gesticulación y toda su interpretación no es más que una lección bien aprendida y sin fallos”».

3 comentarios:

  1. "cuando, zas, me cae como sorpresa el relato del incidente protagonizado por el autor, su tío y la amiga de su tío, la actriz"

    Del narrador mija, del narrador.

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